Día 4: Amanecer en Grand Canyon y...

(Como en un mismo día nos tocaban 2 pesos pesados del paisaje americano he decidido separarlos en dos entradas y darles así la importancia que se merece cada una de ellos)

Voy de mal en peor. 4 a.m. No puedo dormir. 

A las 4 y media los de la cabaña de al lado (que está separada sólo por un tabique de madera) se levantan y al andar arriba y abajo cruje toda la madera. Así no hay manera de volver a pillar el sueño. Vueltas y más vueltas. A las 5 y media me visto y me voy al mirador del Cañón a ver si el cielo ha despejado y amanece como Dios manda.

En cuanto salgo de la cabaña ya veo que el cielo no pinta demasiado bien para que salga el sol. Hay un manto de nubes totalmente cerrado y se ven a lo lejos las cortinas de agua. No, no parece que de momento vaya a salir el sol. Hace frío, estamos a unos 5º según lo que marca el móvil. Me abrocho bien el anorak con capucha incluida.




Me encuentro a una amiguita que me mira extrañada



Las expectativas en el tiempo que marca el móvil no son mucho mejores: previsión de lluvia a partir de las 11 de la mañana y hasta la tarde. Lo peor de todo es que la hora del helicóptero la tenemos reservada para las 11. Cruzo los dedos.

Voy paseando arriba y abajo buscando un rayito de sol, pero esta vez no hubo suerte. De todas maneras me siento y contemplo el amanecer (sin sol) pero con unas vistas espectaculares igualmente. Esa inmensidad y grandeza del paisaje no puede empequeñecerse por unas cuantas nubes, así que respiro y me lleno de su esencia.

Desayunamos en el hotel un típico desayuno americano con miles de calorías y que somos incapaces de terminarlo, pero que nos sirve para recuperar fuerzas y compensar la falta de horas de sueño. Nos vamos al aeropuerto.

Es pronto. Son las 9 de la mañana pero vamos a intentar que nos cambien en vuelo en helicóptero y así esquivar la lluvia prevista para más tarde. El aeropuerto está poco antes de la entrada del parque del Gran Cañón. La reserva la hicimos por internet con la empresa Papillon hacía unos meses. No es una excursión barata, pero creo que es imprescindible para poder contemplar toda magnitud del paisaje.

Conseguimos que nos cambien el vuelo y en poco más de 10 minutos subimos al helicóptero, después de pasar por una mini charla de seguridad.




El viaje dura entre 25 y 30 minutos pero se hace tan corto como si fueran 5. Es espectacular. No da impresión (y eso que yo tengo vértigo, y no me gusta demasiado volar). Es imprescindible. 

El Gran Cañón es una grieta inmensa que se abre en la tierra como si la hubieran cortado a cuchillo, con diferentes texturas y colores que se extiende a través de kilómetros y kilómetros y con el río Colorado al fondo que acaba de decorar el paisaje con el contraste de su azul verdoso.


Te dan unos cascos donde te explican el origen del Gran Cañón pero fui incapaz de seguir la narración porque todos mis sentidos estaban puestos en la visión de aquel espectáculo y no quería despistarme con nada ajeno a mis ojos. 



Las nubes seguían ahí pero nada podía desmerecer lo que se mostraba ante nosotros y, de repente, la lluvia apareció, pero también de repente, desapareció y salió un tímido sol. 







Emociona. Entran ganas de llorar. Y das gracias por poder estar ahí como espectador.



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